domingo

La letra E

¿Qué hace que uno deje de pronto y para siempre de escribir, de pintar o de componer música? A esto contesté pronto y sin vacilaciones y razonada y claramente, como siempre lo hace uno cuando responde a una pregunta cuya respuesta no existe.

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Hay grados: no publicar, no escribir, no pensar. Existen también los que recorren este camino en sentido contrario: no pensar, escribir, publicar.

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La modernidad, ese espejismo de dos caras que sólo se hace realidad cuando ha quedado atrás y siendo antiguo permanece.

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El verdadero escritor no deja nunca de escribir; cuando deja de hacerlo dice que lo pospone. En estas posposiciones puede pasársele la vida.

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Un libro es una conversación. La conversación es un arte, un arte educado. Las conversaciones bien educadas evitan los monólogos muy largos, y por eso las novelas vienen a ser un abuso del trato con los demás. El novelista es así un ser mal educado que supone a sus interlocutores dispuestos a escucharlo durante días.

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¿Qué cosa es todo poema?

La ciudad nos separa, las distancias, los malos medios de transporte; sin embargo, todos lo vamos aceptando. Los teatros se sienten cada vez más remotos; los cines, más extraños; no existen cafés y probablemente ya no se hagan ni fiestas, porque las amistades han ido también desmoronándose y hay algo triste, muy triste, en esto; y cada quien está cada vez más solo imaginando agravios ajenos a quién sabe qué cosas sin atreverse a decirlas por teléfono antes de las doce del día y después de las doce ya es muy tarde pues los teléfonos han terminado por dar miedo y su campanilleo te sobresalta, aparte de que el correo está muy lejos y habiendo teléfonos resulta insólito escribir cartas que llegarán ocho días después o un mes después, cuando la cosa ya no importa, como en Bartleby, oh Bartleby, oh humanidad. Hay una gran fatiga, tan grande como la ciudad; los amigos comienzan a tener algo de sobrevivientes de un raro naufragio y, como dice el verso de Eliot que Ninfa Santos pone en su libro Amor quiere que muera: "Every poem an epitaph".

Entonces te entregas a escribir tu diario y a publicar partes, como quien en la islita desierta despliega su camiseta en la única palmera.

(Con miedo de que alguien la descubra, a decir verdad.)

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-Envejezco mal -dijo; y se murió.

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El tiempo irreparable.

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William Golding, premio Nobel de Literatura 1983, autor de El señor de las moscas (en alguna parte):

- El hombre es malo.

Eduardo Torres:

- Sólo es tonto.

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El hombre es fundamentalmente un ser que se tortura.

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(...) todavía no ha aprendido que la naturalidad, las bromas sobre uno mismo y la autoironía son tomadas por lo general en serio y que, contrario a lo que podría esperarse de personas inteligentes, reírse de uno mismo termina por hacer que los demás lo escuchen a uno con ligereza y dejen de tomarlo en cuenta, pues, aunque lo niegue, en realidad la gente no es muy sutil y respeta en secreto a los solemnes, o si no los respeta por lo menos les teme.

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Historia fantástica

Contar la historia del día en que el fin del mundo se suspendió por mal tiempo.

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La novela es un gran mariscal entorchado que desfila a la vista de todo el mundo en los días patrios; o, si se quiere, una gran matrona rodeada de comodidades, admiradores y cojines; el teatro, un señor que necesita meses para instalarse, y luces y multitudes que lo aplaudan; el cuento, calladamente, acepta su papel de guerrillero y durante diez siglos puede pasar y pasa del campo a la ciudad y de la ciudad al campo, de la casa del obrero o el maestro a la del campesino, haciendo lo que tiene que hacer, diciendo a cada quien lo que tiene que decirle, sin que apenas se note su presencia, ni menos se sospeche su poderosa carga explosiva.

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Iridiscente mediocridad.

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Deseoso de aclarar la última frase. Decidido a no hacerlo.

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Time for you and time for me / and time yet for a hundred indecisions / and for a hundred visions and revisions. 

T. S. Eliot (Prufrock)

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¿Los libros a que uno vuelve son siempre los mejores o que considera mejores? No siempre. A algunos se regresa una y otra vez por costumbre o hábito; en ocasiones hasta como se vuelve a ver a un amigo que nos cae mal.

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Sólo tiene verdad lo que se finge. (...)

Y las llamas, el mar, la tierra, el cielo, / existen, limitados por el vuelo / de la línea que come de tu mano.

(De un soneto de Rubén Bonifaz Nuño dedicado a Elvira Gascón)

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... sé que amo la vida por la vida / misma, por el olor de la vida.

César Moro

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Entre más tontos, más audaces.

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(...) No hay quien sepa dónde está la raya divisoria entre la conducta no-inteligente y la conducta inteligente; más aún, el solo decir que exista una raya divisoria es probablemente una estupidez. Pero hay capacidades que son, desde luego, características de la inteligencia:

responder muy flexiblemente a las situaciones;

sacar provecho de circunstancias fortuitas;

hallar sentido en mensajes ambiguos o contradictorios;

reconocer la importancia relativa de los diferentes elementos de una situación;

encontrar semejanzas entre varias situaciones, pese a las diferencias que puedan separarlas;

descubrir diferencias entre varias situaciones, pese a las semejanzas que puedan vincularlas;

sintetizar nuevos conceptos sobre la base de conceptos viejos que se toman y se reacomodan de nuevas maneras;

salir con ideas novedosas.

Douglas R. Hofstadter

(...) Todo muy claro, pero no sirve para la literatura.

La literatura no se hace con inteligencia sino con talento; aparte de que, bien visto, la literatura se ha ocupado siempre más de la tontería humana que de la inteligencia.

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El adorno no tiene otra razón de ser que la de esconder algún defecto, (...) sólo el pensamiento no lo suficientemente bello debe temer la desnudez perfecta.

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El miedo es un niño; el valor, otro; van juntos por un camino, en despoblado, al atardecer; cuando la noche se acerca y se abren a lo desconocido, ambos se detienen, se miran.

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Acá solo Tito lo saca

Adán no calla con nada

Así me trae Artemisa

Amar desea Lola ese drama

A su mal no calla con la musa

Adán Rubalcava

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Hay que someterse a una causa; pero no a las exigencias de otros amigos de esa causa.

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Un escritor no es nunca él mismo hasta que comienza a imitar libremente a otros. Esta libertado lo afirma y ya no le importa si lo suyo se parecerá a lo de éste o a lo de aquél. Claro que ser él mismo no lo hace mejor que otros.

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La agenda, con todos sus datos y nombres de personas y lugares, se vuelve tan inútil que renuncio a ella; es más, de mi amiga de ayer se transforma en mi enemiga de hoy: visita a, recado de, comida con, carta para: los sustantivos y las preposiciones adquieren la imagen de figuras amenazantes.

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(...) Literatura fantástica, concepto no tan sobrentendido en este lado como puede serlo entre nosotros. O tal vez me equivoque. Lo que sucede aquí es que parece no haber quien no tenga claro todo, y fantasía y realidad siguen siendo cosas diferentes, en tanto que para nosotros ambas están tan imbricadas que vivimos en las dos a la vez, o pasamos tan sutilmente de una a otra que los términos se confunden. Se me ocurre que en esto somos los verdaderos herederos de Cervantes, cuyos continuadores literarios no fueron precisamente los españoles, aunque en algunas ocasiones sí lo hayan sido de don Quijote, que no es lo mismo.

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Si el mar que por el mundo se derrama / tuviera tanto amor como agua fría / se llamaría por amor María / y no tan sólo mar como se llama.

Francisco Luis Bernárdez

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Con toda deliberación me niego a usar la palabra melancolía, que queda muy bien en Inglaterra pero no en Lisboa, no sé por qué, quizá porque los países se han repartido ya las imágenes y la de Portugal es más bien la de la tristeza y la decadencia.

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El corazón, si pudiera pensar, se pararía.

Fernando Pessoa

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Como de costumbre, para ser futurista sólo había que ir lo más lejos posible al pasado.

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Bernárdez: El escaleno es médico.

Yo: El isósceles es filósofo.

Yurkievich: El equilátero es juez.

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J'ai tant neige pour que tu dormes.

Georgette (1892-1938)

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No tenía otros defectos que el de la indiferencia y el de amar el cambio.

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El tiempo me pertenece cada vez menos. Antes, cuando leía un libro especialmente bueno, lo disfrutaba con la esperanza de releerlo algún día; si por acaso, por fin, ahora lo releo, siento que probablemente no habrá otra oportunidad.

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Hacía cerca de dos años que no veía de cuerpo entero a Durand (1 m 90, que él exagera poniéndose de puntillas e inflando el pecho, contra mi 1 m 60. En 1955, en la Plaza Baquedano de Santiago de Chile, alguien nos tomó una fotografía, de pie uno al lado de otro, que yo hice publicar más tarde en México en el suplemento dominical de Novedades que dirigía Fernando Benítez, con una leyenda que decía: "Augusto Monterroso retratado al lado de un hombre de estatura normal". "¿Cómo puede hacerte eso Benítez?", me preguntaban mis amigos, incapaces de creer que yo lo había fraguado. Desde entonces, y gracias a otras autodenigraciones parecidas, la mayoría de los críticos, cuando se ocupan de un libro mío, comienzan por señalar que soy un escritor bajito, lo cual, una vez aclarado, les permite elogiar mi libro, mi estilo, y hasta mis ideas, sin peligro de que la gente los tome en serio).


Augusto Monterroso, La letra E.


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