domingo

Souvenirs de Tetuán

Una cartera. Es de piel. Duró unas horas hasta que Pipa decidió que la correa podía servir de alimento, de quita angustias, de juguete. Ahora tiene un cordón en su lugar pero yo sé que nunca será la pieza que era, como si la irrupción del algodón le hubiera quitado su sentido al cuero, a lo artesano, a la pieza pensada por alguien que yo elegí porque creí que había hecho para mí, y en verdad estaba trenzando para Pipa.

Una manta de colores que no sé si abriga tanto como alegra. Hay algo ahí que reconforta.

Otra manta que estuve a punto de no comprar, y no sé por qué me traje, y luego descubrí que sería para siempre mi favorita.

Unas pantuflas, invictas de momento.

Aceite para las manos.

Una pintura. He dicho: en otro sitio no podría permitirme comprar un óleo, tener una pintura original. El mercado convirtiendo la apreciación estética en economía doméstica. Sin embargo, también es una excusa: la vi y me gustó; sabía que verla evocaría puestas de sol en el verano, dos lunas, un horizonte marino.

Un mapa mental plagado de callejuelas, animales, verduras de colores, gentes, música.

Las ganas de volver.


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