lunes

199

No me había puesto a pensarlo pero cuando tuve que firmar los papeles ahí estaba, el número, cerrado, conciso, irrefutable. 199.

Un número capaz de reducir el infinito a sus pequeñas partes.

*

La aventura parece que no tuviera bordes, pero los tiene. Los tiene, y se comban hacia dentro: de a poco va devorando, desde su centro, las horas muertas. Luego la espera, el tiempo largo, los sedimentos de entresiestas.

Un día desperartaré y se lo habrá llevado todo. Por eso escribo / o temo.

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Pero hay que hacerlo sin traición y sin pesar, hacerlo, simplemente, como quien se desnuda antes de un baño: primero las capas más externas, pesadas, luego, en la intimidad del vapor, los últimos resquicios del pudor. Al final hay que dejarse vencer y que el agua nos lave: diluirse en la tinta.

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Me quedaré siendo palabras. Cuando desaparezca todo lo demás, me quedaré siendo estas pocas palabras, o algunas otras, que nadie conocerá, excepto (aquí el texto se entrecorta y el lector apura su café, saca sus conclusiones, olvida).

Me gustaría escribir del modo en que pienso. Sería como hacer pública la madrugada de mi vida, ese devenir incoherente, eventualmente lúcido pero siempre ilógicamente mal hilado, que se cree poético y a ratos, quién sabe, tal vez lo sea. Es una verborrea del pensamiento que no logro poner en palabras. Ayer todo tenía sentido pero mira: el sol en la ventana se lo ha llevado, ya no está. No ha estado nunca. Una escritura de y por fantasmas, que solo podría leerse en la penumbra.

*

Tenía mil planes pero los he dejado estar. Al final he encontrado mi libro, sin salir a buscarlo. Mi libro, mi película, mi domingo de verano. Deseo fervientemente, inútilmente, que no se acaben, que duren todo este rato.

Increíblemente, la primera cosa que he hecho fue reencontrarme con la última vez que mi vida estuvo en pausa. Como quien vuelve a mirarse en un espejo a ver si sigue siendo esa misma persona, decenas de años más tarde. Aún es pronto para aventurar una respuesta.

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Me miro en el espejo por un momento: la cara de siempre. La cicatriz en el labio superior. ¡Bah! Basara, manifiesto aborrecedor de la unidad de tiempo, espacio y acción; destacado narrador de cosas, fenómenos y conceptos de los que no se sabe nada. Y, sin embargo, acumula material como una hormiga hacendosa. He aquí un punto de partida: el espejo.
Svetislav Basara, Guía de Mongolia [+]