viernes

La vida, un día a la vez

Lo que se ve está siempre presente. Por eso se cansa la vista. Pero las voces -como todo lo que tiene que ver con las palabras- vienen de lejos.

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La desolación es invisible en la oscuridad.

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Ya no era una niña, todavía no era una mujer.

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Todo habla de un tiempo que no es el nuestro; un tiempo que roza la eternidad, pero no puede volver a entrar en ella.

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Una montaña es indescriptible como una persona, por eso se les ponen nombres.

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La ceguera es como el cine, pues sus ojos no están a ambos lados de una nariz, sino donde la historia lo requiera.

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El tordo canta como un superviviente, como un nadador que, habiendo conseguido cruzar las aguas y ponerse a salvo en la otra orilla de la noche, ha volado hasta el árbol para sacudirse el agua de la rabadilla y anunciar: ¡Aquí estoy!

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Hizo algo que nunca había visto hacer a un hombre. Se contuvo. (...) Era como un saxofonista que sostiene el instrumento y lo rodea con su cuerpo. Gino hizo lo mismo, pero sin instrumento, a la luz del día, sobre Verona, donde crecen los cipreses. Y eso me dio ganas de tocarlo; y no lo hice.

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El mar entre las islas nos recuerda lo que sobrevive a todo lo demás.

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El terreno se va haciendo cada vez más llano, va perdiendo los repliegues, como un mantel alisado por la mano de una anciana.

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Al igual que está en la naturaleza misma de los ríos que lleguen al mar, así también está en la de los hombres soñar con la velocidad. La velocidad es uno de los primeros atributos que se reconocen en los dioses.

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Gino me ha regalado un anillo dorado en forma de tortuga. Cada día decido cómo ponérmelo. Puedo llevarlo con la tortuga volviendo a casa, nadando hacia mí, apuntando a mi muñeca con la cabeza, o lo puedo llevar a la inversa, con la tortuga saliendo a conocer el mundo. Es de un metal que pesa menos que el oro y es más blanquecino. Según Gino, es un anillo africano; lo encontró en Parma. Hoy voy a salir con la tortuga a ver mundo.

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Una risa que parece una capa echada sobre los hombros de las palabras pronunciadas.

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Nada se oculta mejor que la tierra plana. En la llanura que está atravesando el guardavías, un hombre no advierte la violencia de la noche pasada hasta que no tropieza con el cadáver.

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La basura no existe. La basura es la confusión que formamos al tirar las cosas.

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El aroma de tus vestidos es como el aroma de mi casa.

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Allá arriba en el cielo no hay necesidad de estética. Aquí, en la tierra, la gente busca la belleza porque les recuerda vagamente el bien. Ésa es la única razón de la estética. Nos recuerda a algo que ha desaparecido.

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(...) el zumbido del vacío reverberante de una gran estación de ferrocarril.

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Es esa hora a la que encierran las gallinas en las alquerías que dejan a su paso, y las viejas hacen una bola de papel de periódico y, metiéndola en el fogón junto con la leña menuda, van en busca de las cerillas.

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(...) suave como una bufanda de seda humedecida para planchar.

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Se hace un silencio. Los dos están recordando.

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Por eso digo que está loco, no sabe lo que está haciendo.

Sabe exactamente lo que está haciendo. Más que usted o que yo. Cuando nosotros hacemos algo, cuando decidimos hacer algo, ya estamos pensando en cómo será cuando esté hecho, cuando haya pasado. Él no. Él solo piensa en lo que está haciendo en ese momento.

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Con el motor apagado, se oyen más fuertes los ruidos de los pasajeros dormidos: los ronquidos, el burbujeo de las respiraciones, un rumor semejante al del órgano cuando el organista ha dejado de tocar. Fuera del autocar, silencio, un silencio de plumas.

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Lo que pasa con los italianos es que entienden el placer, contesta él, todo su ingenio está aplicado al placer. Son lo opuesto a los eslavos.

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La calma y el silencio de la laguna envuelve el barco, del mismo modo que una persona que sale de casa una madrugada de verano se siente rodeada por la aparente eternidad del nuevo día.

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Cuando el sol está lo bastante alto para iluminar la hierba del dique, pero antes de que haya sombra en la plaza del pueblo.

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El asado huele como siempre han olido los días de fiesta desde que hubo fiestas.

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Ella no los deja ir, ¿o son ellos los que no la dejan ir? Al igual que sucede con los músicos en el escenario, es difícil saberlo; las dos cosas son ciertas.

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Los invitados se están transformando en un solo animal bien alimentado. Una criatura extraña para el huerto de una viuda; una criatura medio mítica, como un sátiro con treinta cabezas o más. Probablemente tan antigua como el descubrimiento del fuego, esta criatura no vive más de un día o dos y solo vuelve a nacer cuando surge otra celebración.

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Para tocar bien la batería, hay que escuchar continuamente el silencio, hasta que se rompe en ritmos y, finalmente, en todos los ritmos concebibles. Sucede así porque el tiempo no es un flujo continuo, sino una secuencia de compases. Escuchar ese silencio adelgaza el cuerpo.

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¿Qué haremos antes de la eternidad?

Tomarnos algún tiempo.

¿Bailar descalzos?

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Esperanza y pérdida forman una pareja.


John Berger, Hacia la boda.



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