jueves

Agosto

¿Es este jardín lo que yo buscaba, es todos los jardines? El sol, el lago, la casa amarilla, las ventanas cubiertas de telas de araña en las que patalean las presas, víctimas tan pequeñas que solo pienso en ellas cuando las veo pues luego aparto la mirada y las olvido.

Aún así, no consigo olvidar realmente a las víctimas, y las hay que no son tan pequeñas como esos mosquitos.

¿Qué será de todo lo acumulado en ti, tanto, tantísimo, un almacén inmenso de recuerdos y hábitos, de preguntas aplazadas, de respuestas tiritantes, de dudas, emociones, ternuras, durezas, todo allí, todo allí, qué será de todo eso cuando en ti se apague la vida?

Lo desproporcionado de esta acumulación, ¿y todo para nada?

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He empezado a romper cartas, y eso proporciona un placer enorme. Lo decidí para facilitarme el trabajo por si me veía obligado a cambiar de piso. Se han amontonado aquí papeles y cartas desde hace veinte años, antes no era capaz de romper ningún papel escrito. Desde que he comenzado, sin embargo, ya no tiene nada que ver con la intención inicial: el rasgar se ha convertido en una finalidad en sí. Paso una o dos horas diarias dedicado a ello. Se juntan bolsas y más bolsas llenas de recortaduras de papel, retiradas cada sábado de la vivienda.

Rasgar supone en sí un placer. Pero aún más me gusta leer las viejas cartas antes de decidir qué destruiré. La decisión es una especie de sentencia que pronuncio respecto al remitente. Quiénes merecen permanecer conmigo, quiénes solo sirven para desaparecer. Es como decidir sobre la vida y la muerte. Me doy cuenta, sin embargo, de que son precisamente los muertos aquellos cuyas cartas jamás destruyo. Trato a los vivos de manera mucho más despiadada. Incluso quiero enterrar a algunos de ellos. Una actividad asesina, que retomo día tras día. Nada me atrae más por el momento, ni siquiera la compra de libros, por no mencionar la escritura.

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Ni siquiera muerto está uno solo.

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Intento de organizar una vida de modo que se pueda morir en ella varias veces. Retorno comedido, no ruidoso.
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Me resulta ahora más fácil escribir que leer. Me siento aturdido al leer, nada se registra con la nitidez de antaño. Al escribir, la mente se libera y se aligera. ¿Debo dejar de leer? La lectura se ha convertido en una especie de mal hábito para mí.

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Llevar el corazón de otoño a otoño hasta que se hunde entre las hojas.

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Ahora es un trozo de tierra, pero lo sobrevuelan los pájaros.


Elías Canetti, El libro contra la muerte.


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