viernes

15326

Ayer pude haberme ahogado.
No es un recurso literario, sino algo que realmente sucedió. Así, sin más, sin un carácter romántico, ni trascendental, ni nada. Estaba donde siempre, dentro del mismo mar. Por un momento se me cruzó que este año hemos ido menos que otras veces, por un momento mientras jugábamos con las olas más agresivas que de costumbre pensé que era normal que reaccionara como un amigo algo enfadado por el abandono y tuve ganas de contarle, de explicarle mi ausencia, de pedirle perdón, pero supuse que él lo entendería sin palabras. Igual que siempre.
Luego la playa se fue desdibujando de personas, y yo me quedé sola dentro del agua, despidiéndome. Y de repente, dejé de asirme al fondo, el agua me arrastró, quise impulsarme hacia la orilla y supe que no podría. Un tirón en la pierna no me dejó moverme y comencé a gritar, más fuerte cada vez, y fue como uno de esos sueños en donde por muy alto que grites nadie te oye. El murmullo del agua, el ruido de las olas, ahogó mi voz hasta la orilla. Duró un minuto o dos, y tuve miedo. No sé si de verdad pensé que eso podría ser todo o lo soñé. Así, sin más.
Pero es seguro que no vi mi vida transcurrir como una vieja cinta. No recordé momentos importantes. No pensé en nada que no fuera el agua turbia, fuerte, y ese momento, y, ya si acaso, de qué modo encontrarían mi cuerpo si me ahogaba finalmente. Si de inmediato o luego, flotando a la deriva o hundido y gracias a una operación de patrullaje submarina.
Sólo pensé en el agua y si alguien me rescataría a tiempo o no. Mi último pensamiento pudo haber sido simplemente ése: el fuerte abrazo líquido, la desesperación, mi pierna acalambrada y una duda.
Luego vinieron a por mí y me llevaron a la orilla. Había salido la luna hacía un buen rato, caía la tarde, la puesta de sol era insolente y bella. Fue algo sombrío e inesperado descubrirme nuevamente desde la orilla, queriendo comprender.
Dentro del coche, de vuelta a casa, venía pensando en transformar esta experiencia en una historia, recordé cuentos de ahogados, y supuse que acabaría diciendo algo así como 'esa noche me sumergí en el sueño igual que si me hundiera, y me soñé sirena o pez', pero la realidad es que me dormí sin sueños, en la negrura, rendida. Luego me desperté sobresaltada varias veces y sólo recordé una cosa: mi último pensamiento pudo ser una pregunta.
No sé cómo será la próxima vez que el mar y yo nos encontremos, pero ahora mismo creo que será como después de la primer ruptura. Nos miraremos de otro modo, como si hubiera descubierto finalmente al animal salvaje que lo habita y que hasta ahora nunca me había dejado ver. Tal vez el mismo deseo, pero un respeto nuevo, diferente, envejecido.
Un rato antes de todo esto, dentro del agua, recordé cosas que había dejado pendientes, historias de trabajo por cerrar, y supuse que en cuanto saliera haría unas llamadas.
Luego, en la orilla, secándome, ya no me parecieron importantes esos asuntos.
El viaje a casa fue extraño, de cara al sol que se marchaba. Vimos un meteorito hacer una estela tan larga y duradera que pensamos en un cometa o chatarra espacial. Todo me pareció distinto e igual que siempre. Me quedé dormida profundamente pero la noche fue inquieta, algo angustiante. Me desperté pensando que habría pasado si.
Morir me dio curiosidad y al mismo tiempo, me pareció lo más natural del universo. No fue trascendental, fue simple y natural, un abrazo de mar, perder el pie, el calambre, que me faltaran las fuerzas.
El único momento cruel de todo este relato es ése en que el tienes que decidir si gritar o no hacerlo, si podrás salir por ti misma o necesitas que te ayuden. Y luego, esperar.
Pero es un momento de una crueldad inusitada.
Esta mañana me desperté y escribir esta historia me costó un rato. Tiene un final distinto en mi cabeza.
La realidad es que no me soñé pez ni me soñé sirena.

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